viernes, 19 de febrero de 2010
Un viaje musical a la conciencia - El místico sufí Hassan Dyck ofreció un concierto en el espacio Valle Tierra
"Sueña dulcemente, come dulcemente, habla dulcemente." Las suaves palabras de Hassan Dyck se desparraman como un cántaro fresco de agua sobre la platea. Fuera de la sala, el calor es abrumador. Adentro, el estado contemplativo que produce su música baja varias décimas la temperatura ambiente. El pulso se desacelera. El silencio es como una suave manta que cubre a los espectadores. Hassan Dyck está con su atuendo sufí y una parsimoniosa letanía que contrasta con el ruido externo. "Para escuchar, se necesita pureza", advierte, apenas iniciado el viaje interno. "El 99% de las personas no se escucha; por eso hay mal entendimiento", dirá después el maestro.
Un recital con rastros de ceremonia sufí y la gente en estado contemplativo Foto: LA NACION / Soledad Aznarez
Dyck es alemán; se formó en música clásica y contemporánea, pero en un momento de su vida, como cualquier mortal, tuvo un destello de iluminación. Descubrió la música de Oriente (tocó en la Sinfónica de Nueva Delhi) y una filosofía espiritual que le reveló un mundo nuevo. Dyck cruzó el portal y, sin dejar de tocar su chelo, se transformó en un místico mensajero del legado sufí, que ahora lo trae a Buenos Aires y continuará por Córdoba, Rosario, Mendoza y Río Negro.
Un loop se repite en una secuencia electrónica; Dyck canta unos mantras y traza una línea delicada sobre el lienzo desnudo del silencio. A su alrededor, un público escucha al sheik con la devoción de un discípulo frente a su maestro. Con humor va hilvanando relatos tradicionales de Rumi, que se alternan con delicadas canciones que hablan del cielo en la Tierra y de los oficios terrestres, como cuando en los funerales tocaba piezas con su chelo para recibir algunos marcos.
Por momentos, Dyck parece un antiguo juglar del medievo y, en otros, un derviche en su santuario, que no para de girar en alabanza a Dios. Canta en inglés como un viejo blusero, o mantras orientales que lo acercan a su divinidad interna. Utiliza el arco para crear climas más graves o se desliza sobre escalas menores. Con su música, Dyck quiere unir el mundo material con el universo de lo divino; para eso canta; para eso toca para otros. Dice que sus cantos devocionales son la posibilidad de acercarse a la esencia de cada uno: "Esta es apenas la parada dentro de un largo regreso a casa".
Habla de puertas que se abren, del cielo y el infierno dentro del propio hombre, de la incomunicación y de la divinidad interna. El sheik invita al público a subirse a su alfombra mágica y, como en un cuento de L as mil y una noches, lleva con su música a territorios situados fuera de la realidad ordinaria.
En éxtasis, la gente repite los mantras de Hassan Dyck, sobre una base suave que proporcionan el sonido del armonio y la tambora. Cuando finaliza, la vibración de esos cantos derviches queda flotando en el aire. Dyck se despide en silencio. Enseguida, un suceso extraño: alguien se roba la recaudación de la noche. Los sufíes locales se desesperan. Alguien llega a decir: "La compensación del universo. Después de tanta luz, hizo un poco de oscuridad para equilibrar".
Gabriel Plaza
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lanacion.com | Espectáculos | Viernes 29 de enero de 2010
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